September 18, 2019

Declaración Teológica

Declaración del evangelio

El Evangelio

Estamos comprometidos con el evangelio (Jn. 3:16; Rom. 1:16-17; 10:9-13; 1 Cor. 15:1-4; Ef. 2:8-9), la buena noticia de que Dios está renovando todas las cosas, empezando con la persona humana, a través de la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo (1 Cor. 15; 2 Cor. 5:17; Apoc. 21-22). Nuestras convicciones teológicas básicas se entienden mejor a la luz de la narrativa que se desarrolla en el evangelio, que se describe mejor en el esquema de creación-caída-redención/renovación como esta en la Biblia.

Creación

Al principio, Dios creó los cielos y la tierra y llamó a su creación “buena”, había paz (Shalom) en cada parte de la tierra porque todo funcionaba de acuerdo con la intención de Dios (Gen. 1). La tierra fue creada para el florecimiento humano, donde los hombres podían vivir en la presencia de Dios con gozo, adorándolo amorosamente y amándose unos a otros (Gen. 2).

Caída

Nuestros primeros padres, Adán y Eva, rechazaron el gobierno de Dios en favor de su propia autonomía radical, entendida como una completa independencia de Dios, siendo una ley para ellos mismos (Gen. 3). Nos referimos a este acto rebelde como “la caída” porque, como representantes de la raza humana, el pecado de Adán y Eva también nos afecta (Rom. 5:12, 19; 5:14; 1 Cor. 15:21-22). El pecado ha causado una reversión radical en nosotros, donde antes fuimos creados originalmente justos, con verdadero conocimiento y una comunión cercana con el Dios viviente, el pecado ha devastado nuestro ser, estropeo nuestra mente e imagen, y ha perturbado nuestra comunión con lo divino, reorientando la dirección de nuestra adoración hacia la creación (Rom. 1:18-32; 8:7-8; 2 Cor. 4:4; Ef. 4:17-18), resultando inevitablemente en nuestra depravación, desorganización y descomposición total (Gen. 6:5; 8:21; Sal. 5:9; Eccl. 9:3; Jer. 17:9; Isa. 53:6; Mk. 7:21-23; Rom. 3:9-12; Tit. 1:15-16; 1 Jn. 1:8, 10).

Redención/Renovación

En respuesta a nuestro pecado, el Dios Creador, quien es perfectamente justo y así decididamente airado contra el pecado (Sal. 7:11; Isa. 26:21; Nah. 1:2-6; Rom. 1:18; 2:5), a decidido convertir el mal y el sufrimiento que hemos causado en el bien supremo para Su gloria final (Sal. 103:3; Mar. 2:17; Jn. 11:40; Rom. 8:28; 11:36). La gran narrativa de la Escritura revela el plan de Dios para redimir Su creación y rescatar a los pecadores de su condición caída y su inminente juicio (Isa. 13:9; Oba. 1:15; Zef. 1:14; 2 Ped. 3:10). A través de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, Dios mismo ha venido a restaurar a Su pueblo y a renovar el mundo (Jn. 1:29; 3:16; 15:13). Esta obra de renovación puede entenderse mejor dentro del contexto de la redención, que comienza con el corazón humano (la cual involucra el arrepentimiento personal del pecado y fe en el Dios Trino) y luego se extiende a cada aspecto creacional (Ezeq. 11:19; 36:26; Mat. 5:8; 2 Cor. 3:18; Gal. 2:20), hasta que rompa el día cuando la promesa de Dios de renovar todas las cosas llegue a la realización perfecta, como la Biblia nos revela, con el regreso de Cristo para juzgar el pecado y el mal de una vez por todas y para traer justicia y paz (Shalom) por toda la eternidad (1 Cor. 15; Heb. 9:28; Tit. 2:13; Apoc. 21, 22).

Declaración Teológica

El Evangelio se origina dentro de la Trinidad

La doctrina de la Trinidad es un misterio. Esto no significa que no podamos tener ideas confiables al respecto o que la certeza es algo imposible. Significa que la Trinidad no puede ser conocida por el descubrimiento humano, sino que debe ser comprendida por la revelación divina. La Biblia enseña cuatro hechos que juntos constituyen la doctrina de la Trinidad:

  1. El Padre es Dios
  2. El Hijo es Dios
  3. El Espíritu Santo es Dios
  4. Sólo hay un Dios

Estos cuatro hechos están declarados indiscutiblemente en las Escrituras. Estos fueron definidos teológicamente en la Iglesia temprana al dicir que había tres personas en la única esencia de la Trinidad. El término Trinidad fue utilizado por primera vez por Tertuliano, cerca del 220 d.C., y la doctrina fue defendida por San Atanasio dos siglos más tarde contra la herejia del arrianismo. Creemos que estas personas dentro de la Trinidad son una en su naturaleza y eternas en su ser. Puesto que coexisten eternamente, no son varios modos de existencia en varios momentos por la misma persona. Cada miembro de la Trinidad es coeterno e igualmente definitivo, tanto uno como muchos, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

El evangelio nos muestra nuestro Propósito y Necesidad Profunda

Creemos que los seres humanos fueron creados por un acto inmediato de Dios como se enseña claramente en la historia de Génesis 1 y 2. Creemos que Dios creó al hombre y a la mujer a Su propia imagen y, por lo tanto, les dio un valor y una dignidad trascendente. Creemos que a los seres humanos se les dio una elección y libertad significativa, pero la humanidad eligió rebelarse contra el Creador y el resultado fue la muerte espiritual: la imagen de Dios fue estropeada y la voluntad humana inclinada a pecar. Mediante la obra de gracia y redentora del Mediador y del Espíritu Santo, los seres humanos pueden ser regenerados, convertidos en nuevas criaturas en Cristo, y la imagen de Dios puede ser completamente restaurada en ellos.

En el momento de la muerte de una persona, su espíritu (o alma) abandona su cuerpo terrenal y va al Cielo o al Infierno. Los cuerpos de los salvos y de los perdidos permanecen en la tumba hasta el último día, momento en el que serán resucitados por el poder de Dios y reunidos con sus almas. Creemos que habrá una resurrección general seguida por un juicio general, después de lo cual aquellos que han estado verdaderamente unidos a Cristo serán llevados a la presencia de Dios para siempre y los que sean impenitentes, no salvos, serán arrojados a las tinieblas de afuera para siempre. Declaramos fielmente que creemos en el castigo consciente y eterno de los no salvos.

El evangelio se revela excelsa en la persona de Jesucristo

Creemos que Jesucristo es el Hijo divino de Dios, la segunda Persona de la Trinidad; por lo tanto, igual que el Padre y el Espíritu Santo. Como ser divino Él comparte con los demás miembros de la Trinidad todos los atributos de la divinidad, tanto comunicables como incomunicables (eterno, inmutable, omnipotente, etc.). En la encarnación, tomó sobre Sí la verdadera naturaleza del hombre. Estas dos naturalezas continúan unidas en Su persona, pero siempre siguen siendo verdadera divinidad y verdadera humanidad, sin mezcla y en cuanto a su esencia, sin cambios (unión hipostática).

En Su obra, Cristo cumple los tres oficios del mediador entre Dios y el hombre: Profeta, Sacerdote y Rey. Tanto en Su humillación como en Su exaltación, cumple todo lo necesario para la salvación de los seres humanos.

El evangelio se realiza mediante la obra de Jesucristo

Como nuestro Sumo Sacerdote, tanto por Su muerte como por Su intercesión en lo alto, Cristo ha hecho plena expiación por los pecados de aquellos a quienes el Padre le ha dado. Creemos que la muerte de Cristo fue de naturaleza vicaria y tiene tres resultados diferentes. En primer lugar, fue una propiciación y, por lo tanto, hace a un lado la ira de Dios de las cabezas de los pecadores y hace posible que Dios esté “muy complacido” con ellos. En segundo lugar, es una expiación y como tal elimina o borra nuestro pecado de delante de la cara de Dios. En tercer lugar, proporciona reconciliación y esto vuelve el corazon del hombre de regreso a su Dios. En cuanto a Su resurrección, que es el gran hecho central sobre el que se basa el evangelio, creemos que Cristo al tercer día, se levantó de entre los muertos y salió del sepulcro con el mismo cuerpo con el que fue crucificado y con diferentes cualidades. Creemos que la resurrección de Cristo se establece sobre la autoridad de la palabra infalible de Dios y por muchas pruebas variadas y convincentes, de tal manera que no puede ser negada ni derrocada. Sobre este sólido fundamento descansa la fe cristiana.

El evangelio es encarnado por la Iglesia

Creemos que aquellos que han sido salvados por la gracia de Dios a través de la unión con Cristo por la fe y por medio de la regeneración por el Espíritu Santo entran en el reino de Dios y se deleitan en las bendiciones del pacto: el perdón de los pecados, la transformación interior que despierta el deseo de glorificar, confiar y obedecer a Dios por la ley escrita en los deseos de nuestro corazón, y la perspectiva de la gloria aún por revelar. Tales obras de rectitud constituyen una prueba indispensable de la gracia salvadora.

La nueva comunidad del pacto, la Iglesia universal, se manifiesta en las iglesias locales de las cuales Cristo es la única Cabeza; por lo tanto, cada “iglesia local” es, de hecho, la Iglesia, la casa de Dios, la asamblea del Dios viviente, pilar y columna de la verdad. La Iglesia es el cuerpo de Cristo, la niña de Su ojo, gravada en Sus manos, y Él se ha comprometido con ella para siempre. La Iglesia se distingue por su mensaje del evangelio, sus dos ordenanzas sagradas, su disciplina, su gran misión en el reino y, sobre todo, por su amor por Dios y el amor de sus miembros los unos por los otros y por el mundo.

Fundamentalmente, este evangelio que atesoramos tiene dimensiones tanto personales como corporativas. Cristo Jesús es nuestra paz: No solo ha traído paz con Dios, sino también paz entre pueblos alienados. Su propósito era crear en Sí mismo una humanidad nueva, haciendo así la paz, y en un solo cuerpo reconciliar tanto judíos como gentiles con Dios a través de la cruz, por la cual puso fin a su hostilidad. La Iglesia sirve como señal y símbolo del avanze del reino de Dios, y del futuro nuevo mundo, un pueblo llamado a heredar todas las cosas en términos de los derechos de la corona del rey Jesús. Sus miembros viven para el servicio de los demás y su prójimo, en lugar del egocéntrismo. La Iglesia es la morada corporativa del Espíritu de Dios y el testimonio continuo de Dios en el mundo.

El evangelio se administra a través de los sacramentos

Creemos que el Bautismo del Creyente y la Santa Cena son sacramentos/ordenanzas dadas por el Señor Jesús mismo. El primero está relacionado con la entrada personal a la nueva comunidad del pacto, el segundo con la renovación continua del pacto. Juntos son simultáneamente la promesa de Dios con nosotros, los medios de gracia divinamente ordenados, nuestros votos públicos de sumisión al Cristo una vez crucificado y ahora resucitado, y anticipos de Su regreso y de la consumación de todas las cosas.

El evangelio es aplicado por el poder del Espíritu Santo

Creemos que el Espíritu Santo es la tercera Persona de la Trinidad y, por lo tanto, es igual en poder y gloria con el Padre y el Hijo. Creemos que la Escritura indica que el Espíritu Santo es una persona y no una fuerza, como ha sido confesado por algunas sectas. La obra del Espíritu Santo es suficiente. Con el Padre y el Hijo, tuvo una parte en la creación del mundo y de la humanidad. Fue activo en
el Antiguo Testamento al llamar e inspirar a Moisés y a los profetas en su obra, y al equipar a varias personas para tareas especiales. Fue el Espíritu Santo quien hizo que María concibiera al Señor Jesucristo en su vientre, y el Espíritu fue dado sin medida al Hijo. El Espíritu estuvo involucrado con el Padre y el Hijo en la resurrección de Cristo y fue derramado en Su plenitud en Pentecostés sobre la Iglesia.

En la economía de la redención, es la función particular del Espíritu Santo aplicar la obra de Cristo a la vida de aquellos a quienes el Padre ha elegido eternamente en el consejo secreto de Su voluntad soberana. El Espíritu Santo ilumina, condena, regenera y, por lo tanto, llama efectivamente a Cristo ha aquellos quienes el Padre le ha dado. El Espíritu Santo obra la fe y el arrepentimiento en el corazón y es el agente de la santificación al hacernos capaces de conformarnos a la ley revelada de Dios e impartir la santidad de Cristo al creyente. El Espíritu Santo equipa a la Iglesia para su tarea dada por Dios y no habla de Sí mismo, sino que apunta a los hombres a Cristo.

El Espíritu Santo inspiró a los profetas, apóstoles y otros, en la inscripción de la revelación divina contenida en la Biblia.

En cuanto a los dones espirituales, creemos que el Espíritu de Dios ha dado y sigue dando dones a hombres y mujeres para la gloria del nombre de Dios y la edificación de Su Iglesia. Creemos que algunos oficios y dones eran reveladores y, por lo tanto, de naturaleza temporal, como el apóstol y el profeta (tal como se define en las Escrituras como fundamental Ef. 2: 20). Igualmente algunos oficios y dones son de naturaleza perpetua – como el oficio del anciano, diacono, pastor, evangelista, etc. Creemos que algunos de los ‘dones milagrosos’ fueron el sello autoritario peculiar de Dios sobre Su nueva revelación. Del mismo modo, creemos que limitar a Dios en Su libertad de otorgar dones a Su Iglesia no es bíblico. El apóstol Santiago enseña claramente sobre el poder de la oración por el cual Dios puede responder con dones de sanidad (cf. Cap. 5:14-18) y habla claramente de que estas sanaciones se manifiestan a través de los oficios perpetuos en la Iglesia de Dios. Igualmente, Pablo nos advierte que ‘no prohibamos hablar en lenguas’ y nos exhorta a desear ansiosamente los dones de Dios (1 Cor. 14, 39).

El evangelio se proclama con autoridad en la Biblia

Las Escrituras declaran repetidamente que Dios es su autor y que son inspiradas por Él. “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia” (2 Timoteo 3:16). Aceptamos de todo corazón estas afirmaciones y creemos que las Escrituras dan abundante evidencia de su veracidad.

La naturaleza exacta de esta inspiración debe determinarse a partir de los fenómenos de las Escrituras y de lo que la Propia Escritura enseña sobre este tema. Creemos que esta inspiración es completa en su naturaleza, extendiéndose por igual a todas las partes de la Escritura. Por lo tanto, las palabras de Cristo registradas en el Sermón del Monte no están más inspiradas que las palabras de Pablo, o las del profeta Oseas, o las que se encuentran en los libros de Moisés. Esta inspiración se extiende no solo a la ley moral y a las verdades espirituales, sino también a lo histórico y lo científico.

La Biblia no es un libro de texto científico ni histórico; es la palabra del pacto de Dios a todos los hombres. Sin embargo, cuando hace referencia a los asuntos contenidos en estas esferas, los escritores todavía hablan en favor de Dios y, por lo tanto, lo que dicen en estas áreas también es inspirado y confiable. Esto se ve en que Cristo pone Su sello de autoridad sobre una gran variedad de hechos registrados en el Antiguo Testamento como infaliblemente verdaderos. Estos incluyen hechos de los ámbitos de la religión, el derecho, la educación, la historia, la ciencia, el gobierno y otras esferas. Esta inspiración, como se indica claramente en las Escrituras, trata no solo de los pensamientos transmitidos, sino de las palabras por las que se transmiten estos pensamientos. Por lo tanto, la inspiración de las Escrituras es de naturaleza verbal. Cristo ha indicado que incluso “no se perderá ni la letra más pequeña ni una tilde de la ley hasta que toda se cumpla” (Mateo 5:18). Dado que la inspiración de las Escrituras es tanto plenaria como verbal, de ello se deduce que las Escrituras, tal como se dan originalmente en los manuscritos originales, son infalibles e inerrantes en todo lo que enseñan. Nuestro Señor declara, “la Escritura no se puede violar” (Juan 10:35).

El evangelio encontrará su plena realización en el futuro

Creemos que en el último día, que a lo largo de este siglo debe permanecer desconocido para las personas, Jesucristo vendrá de nuevo a este mundo. Su venida será visible, corporal, gloriosa y triunfante para inaugurar plenamente la totalidad de Su dominio del reino. Tomará a los suyos para estar con Él para siempre y destruirá a los impios con fuego. Habrá un cielo nuevo y una tierra nueva en la que morará la justicia perfecta. De este hecho debemos estar seguros; de su tiempo debemos ser inseguros, para que, por lo tanto, siempre estemos listos y digamos: “Aun así, ven, Señor Jesús.”